viernes, 20 de enero de 2012

CAFÉ GIJÓN DESCAFEINADO.

Aquella tarde el muchacho se sentía bohemio. Tal vez se debiera a que había asistido a la presentación de un libro, ilustrado en sobrios trazos de tinta china por una gran amiga, Olga Zulueta.


O quizá se debiera a la indumentaria que se puso para la ocasión de riguroso negro, cuello alto y gafas de pasta.

En aquella presentación literaria, oh dioses qué caprichosos sois, se había encontrado con don Pedro Ugarte, también escritor. No es nada extraño que un escritor vaya a la presentación de un libro, pero sí que este sea el padre de un chico al que el muchacho bohemio da semanalmente clases de dibujo. Y que hubiera una conexión entre la ilustradora, antigua profesora y jefa de nuestro protagonista, con este, que a su vez tiene una conexión con Pedro, que a su vez tiene una relación de amistad con Alex Oviedo, el autor del libro “El sueño de los hipopótamos” era, cuanto menos, curioso.

Quizá ese encuentro nada casual y sí muy causal (las casualidades no existen) despertó algo dentro del muchacho, y estaba convencido de que el universo intentaba comunicarle algo.

Sin embargo no podía prestarle atención inmediata. Tenia obligaciones y llegaba tarde, y para colmo perdió por escasos segundos los 2 autobuses que necesitaba coger. Con lo cual su mente aparco esos pensamientos creativos y metafísicos y se centró en el problema inmediato.

Con una llamada telefónica comunicó al equipo de fútbol-sala que le esperaba para que abriera el pabellón de que llegaría algo tarde. Para colmo la tarde era lluviosa y no quería que esperaran bajo la lluvia. Si sabían que iba a llegar tarde podrían refugiarse en unos soportales... cosa que al final no ocurrió.

Mientras tanto, en el autobús 03, el muchacho bohemio mantuvo una conversación sin palabras con la niña de 15 meses con la mirada mas despierta que había conocido en su vida. Sonrisas, gestos y muecas que llevaban a nuevas sonrisas, y al chico se le llenaba el corazón de una inmensa, aunque inidentificable, alegría.

Por fin la niña, ayudada por su madre, por supuesto, bajó del autobús (hubiera sido bastante gracioso ver a la niña bajar sola con su cochecito de bebé), y una parada después lo hizo el muchacho bohemio. 20:25 horas de la noche (en invierno a esa hora es de noche). No había llegado tan tarde como esperaba. En cinco minutos acabó su cometido, en otros 15 estaba en la puerta del polideportivo, donde muy amablemente le dieron la información que necesitaba sobre las cuotas del gimnasio y la piscina, actividades a la que quería apuntarse.

Y como se sentía bohemio, entró en un café, con la intención de escribir un rato. ¡Pero que cara hubieran puesto los de la generación del 27! No había humo, las tertulias versaban sobre el Madrid-Barça de la noche anterior, y para colmo ni siquiera pidió un café.






Pero mientras tomaba un cacao caliente con mucho azucar en una mesa apartada, sacó su libreta y su bolígrafo y escribió un pequeño relato.

Concretamente este.

… y todo porque se sentía bohemio.

2 comentarios:

  1. "Y como se sentía bohemio, entró en un café, con la intención de escribir un rato. ¡Pero que cara hubieran puesto los de la generación del 27! No había humo, las tertulias versaban sobre el Madrid-Barça de la noche anterior, y para colmo ni siquiera pidió un café".

    Me haces soñar jodido hijo de Paquito Umbral.

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  2. Es lo mas bonico que me han dicho en mucho tiempo :)

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