sábado, 7 de enero de 2012

La mirada del Tigre

La Mirada del Tigre

Esta mañana estaba haciendo un poco de ejercicio. Me he propuesto para este año caminar todos los días un rato, entre 45 minutos y una hora. Y digo caminar porque de momento no puedo correr, es físicamente imposible que con mi peso y la oxidación de mis articulaciones alcance una velocidad de crucero mayor que la de una abuela artrítica.
Pero de momento lo estoy cumpliendo, y a pesar de ser sábado, me he puesto el chándal y he bajado a dar unas vueltas, a mi ritmo, con calma, sin prisa pero sin pausa.
Con los auriculares puestos a todo volumen (no hay peligro de que me atropellen por el sitio donde estoy) he decidido que hoy iba a caminar 45 minutos. Básicamente porque cuando he bajado a la calle eran las 10 :15 exactamente.

Tras 5 vueltas, me decido a dar la última y volver para casa. Cuando de entre todas las canciones que tengo en el móvil suena esta:

http://www.youtube.com/watch?v=VgSMxY6asoE

The Eye of The Tiger, de la banda sonora de Rocky III.
En ese momento se ha dibujado una media sonrisa en mi rostro, he cogido aire y he apretado el paso. No puedo decir que haya llegado a correr, pero si creo que he llegado al ritmo de “marcha”.
Rocky Balboa me había poseído, y se podía ver en mis ojos la mirada del tigre.

¿A donde quiero llegar con esto?

A las asociaciones y la motivación. Todos, hayamos visto o no alguna de las películas de Rocky, tenemos grabado en nuestra mente al tío Silvestre corriendo, sudoroso, intentando superarse a sí mismo, mientras suena esta canción ( o esta otra   http://www.youtube.com/watch?v=DP3MFBzMH2o).
Al sonar en el momento adecuado, mientras hacía ejercicio, he asociado el esfuerzo del personaje con mi situación actual. Rocky corre, yo corro. Rocky se esfuerza, yo debo esforzarme. Es hasta divertido, si lo piensas bien. La gente que me miraba solo veía a un tipo gordito intentando correr, sonriendo y con unos auriculares puestos. Nada fuera de lo normal. Si supieran lo que estaba escuchando, la cosa cambiaría. Ellos también sonreirían e incluso me animarían. O al menos yo lo haría, llegado el caso (quiero creer que la gente es tan friki y “sinvergüenza” como yo).

En este caso la asociación era positiva. Puedo dar otros ejemplos: el olor de las pinturas de cera me transporta a la niñez y me hace sentirme alegre, el sabor de la cerveza de trigo me hace recordar largas noches con los amigos, mirar la foto de aquel atardecer me lleva al instante en el que la saqué y recuerdo los colores del cielo con todos sus matices, el olor del tomillo, la brisa en mi cara y mis brazos, y los últimos cantos de los pájaros... Todo buenas sensaciones, que vienen a mi por asociación y me motivan a seguir bien, animado y feliz.

¿Pero qué pasa cuando las asociaciones son negativas? Cuando escuchas esa canción y te acuerdas de que estaba sonando de fondo cuando estabas teniendo la última discusión con tu pareja. El olor de las medicinas te hace recordar  a aquellos a los que querías y ya no están. Un viejo libro te transporta a aquella vez que, en el colegio sacaste malas notas y tenías miedo de decírselo a tus padres. O , como me pasa a mi, bajar al metro y recordar lo mal que lo he pasado, los ataques de ansiedad, aquella convicción de que me iba a desmayar, de que el corazón reventaría, de que me estaba volviendo loco...  cosas que nunca pasaron, excepto lo de la locura, que ya venía con ella de serie.
Estas asociaciones limitan, y lo que es peor, tienden a quedarse; en el mejor de los casos un rato, en el peor durante tanto tiempo que ni recuerdas cuándo aparecieron. Se acomodan, se hacen parte de uno.


¿Hay solución? Puedo decir que sí. Básicamente es una programación que el cerebro ha hecho.
Basta con programar de manera diferente las asociaciones. El metro, por seguir con el ejemplo, me daba auténtico pavor. Poco a poco vi que no me pasaba nada, que podía aguantar cada vez una parada mas. Pasó el tiempo y al final montaba durante casi media hora, solo, para visitar a un amigo. Entonces cambió la asociación. El metro ya no me evocaba malestar, sino la alegría de estar acompañado de alguien querido, de risas, de charlas...

Lamentablemente de eso hace tiempo, dejé de ver a esa persona, dejé de tomar el metro y la vieja asociación volvió. Ayer monté, solo 2 paradas, solo 4 minutos. No me sentí horriblemente mal, pero no estaba a gusto. Notaba algo acechándome. La ansiedad, agazapada, a punto de saltar a por mi. La hice frente, y hoy no solo estoy aquí, sino que estoy siendo consciente de ello  y proponiendo (proponiéndome) una solución, recordando los pasos que dí hace tiempo, que olvidé y que quiero volver a dar. Recuerdo que al salir del metro, a pesar del corazón un poco acelerado, del mareo... me sentí orgulloso de mi mismo.
Ese será el sentimiento que voy a asociar al hecho de montar al metro. Esa será mi motivación.
El orgullo, el sentirme bien con migo mismo, saber que puedo hacer cualquier cosa...
La mirada del tigre.

5 comentarios:

  1. Eres el puto amo, maldito!!
    A veces no somos conscientes de todas las personas que nos quieren, pero tú alvarito, !venga¡, llenas un país (y parte del extranjero ;) ) de amigos!!

    2012 va a ser todo lo que no ha sido 2011, y todo lo que le tocará ser!

    Espero que un fin de semana te juntes con mis tuzaro-primas y os de un poco de verguenza saber que aún no habéis venido a verme!!

    Un queso alf!!

    ResponderEliminar
  2. Vamos, Álvaro!
    Es hora de que el navío salga del dique seco y vuelva a desplegar las velas como en los viejos tiempos!
    Un abrazo muy fuerte!

    ResponderEliminar
  3. Martintxo "mientras tu sigas leyendo yo seguiré escribiendo". Te doy un minipunto si me dices de que peli es la frase.

    ResponderEliminar